jueves, 26 de enero de 2012

Dieciocho

Ya, empecemos: a ver redoble de tambores... Y EL PREMIO NOBEL, PULITZER, ÓSCAR, GLOBO DE ORO, BAFTA, GRAMMY, PALMA DE ORO, OSO DE ORO, ORDEN DEL SOL, etc. es para... Ah no, esperen eso es todavía dentro de diez años. Por el momento, y bueno solo por hoy, es MI CUMPLEAÑOS! "WUOOO!" (ovación general).
Nací hace dieciocho años, a las 10.10 a.m. (según mi mamá) o a las 10.11 a.m. (según mi partida de nacimiento), prematuro (8 meses) y bajo el signo de Acuario (lo cual no sé si tendrá alguna relevancia en mi vida). Dieciocho años no es mucho, en el sentido que si los contamos con los dedos, solo hacen falta cuatro manos, y en dos patadas, ya terminamos. Sin embargo, estoy agradecido por seguir vivo y por cada minuto de los diecisiete años anteriores.
Me considero una persona afortunada. Apenas nací, mi mamá lo primero que le pregunto al doctor fue: "está bien?, respira?, está completo?". Tengo la suerte que la respuesta del doctor fue "sí" y que, hasta ahora, sigo bien, respiro y sigo en una pieza, completo (sin contar la vez que me rompí el brazo a los trece años). Mis pies me han llevado a muchos sitios increíbles; mis manos han construido varias cosas, algunas veces con éxito y otras no; mis ojos han visto la vida desde diferentes perfectivas; mi boca ha saboreado platos exquisitos y ha dicho siempre, o al menos gran parte de las veces, lo que pienso; el tacto me ha dejado sentir cada abrazo y cada beso que me han dado, o que yo he dado; mis orejas, a pesar de mi terquedad, han escuchado lo que tienen que decir los demás; mi nariz me ha permitido... oler; mi corazón (o donde sea que se alojen los sentimientos) quiere bastante, no sé si mucho o poco, a buen grupo de personas y mi cerebro me permite procesar bien o mal todo esto.
Tengo a mi mamá y a mi papá, a quienes amo, por más que tengamos diferencias abismales y no siempre estemos de buen humor; una hermana maravillosa a quien admiro y estoy muy orgulloso; un tío que ha me ha dado demasiado cariño y que ha cumplido el rol de los tres abuelos que me cuidan desde arriba; otros dos tíos que son verdaderamente un ejemplo a seguir y a quienes quiero mucho; un primo que es el hermano que nunca tuve; un perro que hace un gran esfuerzo por comunicarse conmigo verbalmente pero no sabe que yo ya lo entiendo; no tendré muchos amigos, pero los pocos que tengo son verdaderamente geniales; he pasado trece años estudiando en un colegio en el que me sentí bastante cómodo y donde conocí gente muy buena y no tan buena también; he viajado bastante, conozco una buena porción de mi país y he podido salir del Perú varias veces; he leído quizás no lo suficiente; he escuchado quizás demasiada música; he escrito, pero no tanto como me hubiera gustado; no he visto tantas películas como quisiera; he tenido baches, algunos no sé si agradecerlos o no, pero todos me han traído hasta aquí y me gusta estar aquí y ahora, así que supongo que todo fue para bien.
Este año, todo cambia y eso es bueno.
Edo

jueves, 12 de enero de 2012

Departures

Muchachos, ahí les va lo que estuve escribiendo las últimas semanas de diciembre. Pensaba hacer la historia más larga pero, a recomendación de A.M. decidí publicarlo así como está. Quién sabe, fácil en otro post haya una continuación.


Era un día típico de primavera: no hacía ni frío, ni calor. Con una chompa se estaba bien afuera, aunque se estaba mejor en casa, dentro de una cama, abrigado, durmiendo. A Felipe no se le antojaba estar en el colegio, para nada. Tenía sueño y otras cosas en qué pensar, en vez del decadentismo latinoamericano o en  derivar la función que tenía al frente, en la pizarra. La verdad es que esa mañana se había levantado con la certeza de que ese no iba a ser un buen día. Así que decidió seguir el protocolo para situaciones como estas: esperar que lentamente se pasaran las horas hasta poder regresar a casa y, tratar de no levantar ninguna sospecha de que había algo que lo tenía distraído. Las últimas semanas habían sido un poco raras, muchos cambios y muy poco tiempo para adaptarse. Sin embargo, las cosas no andaban para nada mal; al contrario, después de algunos meses llenos de baches, se podía divisar los primeros destellos de una, lejana pero certera, luz al final del túnel.
Caminar, eso le provocaba, caminar pero, solo. No sé, quizás por el centro, por el Parque de Lima o por Miraflores, por el malecón, quién sabe, dar una vuelta por el Golf de San Isidro, por los parques inmaculados de esa zona, sentarse en un café, tomarse uno, mirar a la gente por la ventana. No sé, quizás un fin de semana que tenga libre. Es necesario despejar la mente, relajarse de vez en cuando, es necesario, se repetía constantemente. Quizás despegar, sí tomar un avión que me lleve lejos, a Londres, a París, a Roma, o no tan lejos, a Buenos Aires, a Nueva York o a una playa en California. Sí en esta época del año, en la que no hace tanto calor, ni demasiado frío. Ciertamente, ese día estaba nostálgico, de qué, no sabía, quizás de lo que no había vivido o de lo que le gustaría vivir pero, que estaba muy lejos y, poniendo un poco los pies sobre la Tierra, no era posible, al menos en ese instante. En un par de años, tal vez, en un par de años, repetía mentalmente, como una consolación, de qué penas, no sabía y salía de esa abstracción momentánea, de esos viajes mentales a otras ciudades, otros países, otros continentes, totalmente desconocidos para él. ¿Cómo sería, cómo sería? La niebla y el London Bridge, un paseo por el Sena, un café cerca a Trinità dei Monti, una pareja y un tango, el MoMA, el Guggenheim y Central Park, la playa descalzo y el mar entre los dedos. ¿Cómo sería? Y así empezaba otro viaje de nuevo.
Cuando se tienen diecisiete años y ninguna certeza, aparte de la estar sentado, parado, de cabeza, lo que sea en algún lugar y no estar seguro de nada, es que estos viajes se vuelven una serie de pequeños oasis en medio de desiertos llenos de rutinas, castillos de naipes, que tarde o temprano se derrumban. Pero, sí, eran reparadores. La sensación de estar a treinta mil pies de altura, suspendido, flotando en un enorme pájaro de aluminio, pero al fin y al cabo flotando, admirar la inmensidad del cielo o estar  en un barco, parado cerca a la borda y quedarse absorto, sentirse pequeñísimo, que sensación tan sublime. A Felipe le gustaba la idea de ser nada más y nada menos que un puñado de átomos, unidos por la casualidad, un conjunto diminuto en comparación con el universo y sus infinitas posibilidades, un grano de sal disuelto en el océano. Sin embargo, no le agradaba pensar que quizás en otra galaxia, a miles de años luz, hubiera otro Felipe, una realidad paralela, o incluso alguien con otro nombre, con otra cara, otro cuerpo, alguien de otra especie pero, cuya gnosis vagara por la misma vía que él estaba recorriendo en ese momento. Ese tipo de pensamientos lo distraían diariamente, cuando lo agobiaba la rutina y el sopor de ciertas asignaturas, en las cuales evitaba a toda costa quedarse dormido. Sí, también era divertido viajar en los sueños pero, lo es más cuando uno lleva el timón del asunto y no se deja llevar por el subconsciente. Por eso a Felipe le fascinaba viajar. En cada travesía, en la medida de lo posible, él se convertía en el capitán al mando, dejándose guiar por ningún otro mapa que no fuera el azar de la vida misma.
En todo este esquema científico, Felipe era consciente de la Tercera Ley de Newton, por la cual toda acción tiene una reacción equivalente pero en sentido opuesto. Cada movimiento que hacía, incluso la sinapsis de sus neuronas, los choques eléctricos entre ellas, todo, absolutamente todo tenía una consecuencia. Y, ¿qué hay con las personas? ¿Habrá una consecuencia para cada una? ¿Una especie de reacción a nosotros mismos, como un polo opuesto al que atraemos y al que somos atraídos? ¿Existirá eso lo que llamamos coloquialmente “media naranja”? ¿Habrá una forma de probarlo científicamente, de aplicar la Tercera Ley de Newton a los humanos?  Caminar, caminar, Felipe pensaba en caminar pero, cada paso tendría una consecuencia. Y, ¿dónde estaría la suya? ¿Existirá una reacción a sí mismo? Cualquiera de las veinticuatro personas a su alrededor, veinticinco si contábamos al profesor de matemática, o de las otras seis mil novecientos noventa y nueve millones novecientos noventa y nueve mil novecientos setenta cinco personas que habitaban el planeta, aproximadamente, podía ser la reacción a su existencia. Por el momento, "Tripulación, armar toboganes, chequeo cruzado, prepararse para el despegue" y treinta mil pies de altura.
Edo